dilluns, 15 d’octubre del 2007

La RUEDA

Aquí teniu un article de fa dos anys del dissenyador Óscar Guayabero que ens ha fet arribar la nostra veïna “fris switt”

Cuando era pequeño, mi barrio se llamaba el Chino, lumpen para los que vivíamos en él, pintoresco para los escasos visitantes. Mi Barcelona era gris, más gris que ahora. Cuando visitaba a la abuela en la Barceloneta, barrio hecho con los expulsados de la Ciutadella –lo del mobing inmobiliario no es nuevo- veía como el gran Azul se abría paso entre sus calles. Entonces ya me llamaba Óscar, lo de Guayabero vino después, como lo de hacer exposiciones, BCN, Peix de Plata, es la última que he comisariado.

Arturo San Agustín la visitó con Vicens Forner, como contó en este diario. Bueno es que la gente del barrio visite el FAD, sean del barrio que sean. Gente del barrio: el perro Chispa con tres patas y tan contento, la señora vestida de geisha trasnochada, el borracho al que le hacen la diálisis entre copa y copa, la puta de retirada, el que va de bohemio pero se cae de niño bien. Ésos no son recuerdos del pasado, son imágenes de hoy por la mañana. Sigo viviendo en el Raval y a esa realidad tan al gusto de los cronistas hay que sumarle un montón de normalidad, aunque venga de Manila, el Punjab, Berlín o Vic..

Pues sí, Barcelona tiene color de sardina, una sardina fresca, barata y azul. También es gris y a veces está enlatada, pero que bueno es su olor, al subir por la escalera ¿o es curry lo que huelo? Se queja Forner de la Barceloneta de los exquisitos: “Diseñadores, arquitectos y urbanistas”. Recuerdo una frase de Manuel Delgado: “El peor enemigo del urbanita es el urbanista”.

A mí también me duele haber perdido los chiringuitos playeros, tanto como que el rompeolas se haya cortado para que atraquen cruceros de lujo, en un hotel digno de petrodólares. Aún así, los urbanistas son la primera línea de trincheras entre los especuladores y nosotros. Yo quiero tener a alguien que pare el golpe, alguien entre el constructor y yo, que piense en algo más que porcentajes. Podemos demonizar la ciudad del 92 y la del Fòrum, pero ¿la hemos comparado seriamente con la de los crecimientos salvajes de los 50 y 60? Juraría que entonces Barcelona era más gris y menos azul, y menos abierta, y también menos pija, lo reconozco, pero yo debo ser parte de esa gente exquisita. ¿Qué sabré yo de sardinas?