Andy Robinson | 17/08/2008 - 18:55 horas
Barcelona y Manhattan tienen algo en común en estos momentos , concretamente que, mientras una avalancha de turistas se enamoran de la ciudad de sus sueños, quienes viven en su respectiva ciudad de ladrillo y asfalto empiezan a sentir aquello de la canción del conjunto de punk cerebral The Gang of Four : "At home I feel like a tourist".
En Manhattan se amplía cada vez más el circuito de compras y bistros faux desde Prada a Pastis, tal y como ustedes vieron en aquel capitulo de Sex and the city. Ya higienizada y pacífica , olvidados los viejos tiempos de atracos , crack y American Gangster, es la ciudad mas querida del mundo, y aun más ahora que el euro vale 1,4 dólares y puedes comprar dos pares de zapatos Jimmy Choo por menos de 200 euros. Y barceloneses como nadie. Ayer vi en un restaurante japonés cerca de Penn Station cuatro chicas catalanas que preparaban su recorrido de compras desde Macy´s hasta la nueva Apple store en un estado de excitación.
Lógico, bajando Bleeker Street con un monedero lleno de euros uno se siente de verdad en el land of brave and free con el poder adquisitivo de una Sarah Jessica Parker. Y es más, Nueva York, en parte por su pasado más arriesgado, menos fácilmente empaquetado por la industria de turismo y marketing temático, es la ciudad en la que todos proyectamos nuestras fantasías. Hal Rothman , el elocuente sociólogo de la Universidad de Nevada que murió el año pasado, decia que Las Vegas es la ciudad turistica y posmoderna por antonomasia porque "es la ciudad que tú quieres que sea". Pero Nueva York seduce mucho más porque, sin simulacros de Venecia o la Roma de Caligula, es la Nueva York que tus fantasías quieren que sea.
Es Frank Sinatra, ol blue eyes a sueldo de la mafia, o Robert De Niro, el psicopata guapo, ahora dueño del Tribeca Grill; es Fifty Cent aunque jamás bajes en su barrio de Jamaica cuando vienes en el Air Tren desde JFK. Es la ciudad arriesgada de Mean Streets y bohemias andróginas de un submundo warholiano, disfrutada ya sin miedos.
Para los neoyorquinos, sin embargo, crecen los recelos ante la invasión de turistas alucinados y forrados de euros. "Hasta residentes que se consideran cosmopolitas e internacionalistas" - explicaba el New york Times hace una semana- "confiesan sentir envidia, -por no decir nada de los instintos territoriales- al ver extranjeros tratando a su ciudad como si fuera un hipermercado Wal Mart especializado en lo guay",. "Manhattan ya es un cadáver; solo gusta a los turistas", dijo Eric Darton autor de Una ciudad libre.
Lo más probable es que esos mismos turistas barcelonesas que vi en frenesí de compras, -una vez de vuelta en su propia ciduad- sentirán los mismos recelos que los native new yorkers, ante la invasión de turistas de low cost y hi cost en las Ramblas y Parc Güell. No hay sondeos que yo conozca, pero Barcelona debe de ser la segunda ciudad mas querida del planeta. Es casi imposible hablar de Barcelona en Nueva York sin que tu interlocutor ponga cara de recién enamorado, la sonrisa enigmática, la mirada perdida.
David Denby, crítico del New Yorker debió de poner esa cara cuando escribió su última crítica sobre la nueva película de Woody Allen "Vicky Cristina Barcelona". Denby califica Barcelona como "ciudad magnífica" haciéndose eco al mismo Allen que se confesó enamorado de Barcelona (y seducido por Oviedo, la otra ciduad que prtoaginza su filme).
Pero yo me pregunto ¿de qué ciudad están enamorados? Quizás, como en el caso de Nueva York, es la Barcelona de sus fantasías proyectada paradójicamente sobre la ciudad real que, como diría Enrique Vila-Matas, es cada vez más una creación temática, una gaudilandia, tan consciente de sí misma que pierde su identidad. Allen, ya harto de la realidad decepcionante de la ciudad que escenificó sus obras maestras Annie Hall y Manhattan, ha transferido sus viejas obsesiones a una ciudad que se reduce a las imágenes de un folleto turístico: besos delante del lagarto del Parc Guell, discusiones crispadas ante La pedrera, comprando pájaros en las Ramblas. Denby, atontado por su fantasía barcelonesa, llega a escribir: "La película está ambientada entre artistas en una especia de bohemia de restaurante y estudio lo que aun es un estilo de vida posible en Barcelona, quizás".
O sea que, cuando se trata de Barcelona y Manhattan, "en casa nos sentimos como turistas" pero en la otra ciudad de nuestras fantasías nos sentimos auténticos.
Aportació de V.E.I
Barcelona y Manhattan tienen algo en común en estos momentos , concretamente que, mientras una avalancha de turistas se enamoran de la ciudad de sus sueños, quienes viven en su respectiva ciudad de ladrillo y asfalto empiezan a sentir aquello de la canción del conjunto de punk cerebral The Gang of Four : "At home I feel like a tourist".
En Manhattan se amplía cada vez más el circuito de compras y bistros faux desde Prada a Pastis, tal y como ustedes vieron en aquel capitulo de Sex and the city. Ya higienizada y pacífica , olvidados los viejos tiempos de atracos , crack y American Gangster, es la ciudad mas querida del mundo, y aun más ahora que el euro vale 1,4 dólares y puedes comprar dos pares de zapatos Jimmy Choo por menos de 200 euros. Y barceloneses como nadie. Ayer vi en un restaurante japonés cerca de Penn Station cuatro chicas catalanas que preparaban su recorrido de compras desde Macy´s hasta la nueva Apple store en un estado de excitación.
Lógico, bajando Bleeker Street con un monedero lleno de euros uno se siente de verdad en el land of brave and free con el poder adquisitivo de una Sarah Jessica Parker. Y es más, Nueva York, en parte por su pasado más arriesgado, menos fácilmente empaquetado por la industria de turismo y marketing temático, es la ciudad en la que todos proyectamos nuestras fantasías. Hal Rothman , el elocuente sociólogo de la Universidad de Nevada que murió el año pasado, decia que Las Vegas es la ciudad turistica y posmoderna por antonomasia porque "es la ciudad que tú quieres que sea". Pero Nueva York seduce mucho más porque, sin simulacros de Venecia o la Roma de Caligula, es la Nueva York que tus fantasías quieren que sea.
Es Frank Sinatra, ol blue eyes a sueldo de la mafia, o Robert De Niro, el psicopata guapo, ahora dueño del Tribeca Grill; es Fifty Cent aunque jamás bajes en su barrio de Jamaica cuando vienes en el Air Tren desde JFK. Es la ciudad arriesgada de Mean Streets y bohemias andróginas de un submundo warholiano, disfrutada ya sin miedos.
Para los neoyorquinos, sin embargo, crecen los recelos ante la invasión de turistas alucinados y forrados de euros. "Hasta residentes que se consideran cosmopolitas e internacionalistas" - explicaba el New york Times hace una semana- "confiesan sentir envidia, -por no decir nada de los instintos territoriales- al ver extranjeros tratando a su ciudad como si fuera un hipermercado Wal Mart especializado en lo guay",. "Manhattan ya es un cadáver; solo gusta a los turistas", dijo Eric Darton autor de Una ciudad libre.
Lo más probable es que esos mismos turistas barcelonesas que vi en frenesí de compras, -una vez de vuelta en su propia ciduad- sentirán los mismos recelos que los native new yorkers, ante la invasión de turistas de low cost y hi cost en las Ramblas y Parc Güell. No hay sondeos que yo conozca, pero Barcelona debe de ser la segunda ciudad mas querida del planeta. Es casi imposible hablar de Barcelona en Nueva York sin que tu interlocutor ponga cara de recién enamorado, la sonrisa enigmática, la mirada perdida.
David Denby, crítico del New Yorker debió de poner esa cara cuando escribió su última crítica sobre la nueva película de Woody Allen "Vicky Cristina Barcelona". Denby califica Barcelona como "ciudad magnífica" haciéndose eco al mismo Allen que se confesó enamorado de Barcelona (y seducido por Oviedo, la otra ciduad que prtoaginza su filme).
Pero yo me pregunto ¿de qué ciudad están enamorados? Quizás, como en el caso de Nueva York, es la Barcelona de sus fantasías proyectada paradójicamente sobre la ciudad real que, como diría Enrique Vila-Matas, es cada vez más una creación temática, una gaudilandia, tan consciente de sí misma que pierde su identidad. Allen, ya harto de la realidad decepcionante de la ciudad que escenificó sus obras maestras Annie Hall y Manhattan, ha transferido sus viejas obsesiones a una ciudad que se reduce a las imágenes de un folleto turístico: besos delante del lagarto del Parc Guell, discusiones crispadas ante La pedrera, comprando pájaros en las Ramblas. Denby, atontado por su fantasía barcelonesa, llega a escribir: "La película está ambientada entre artistas en una especia de bohemia de restaurante y estudio lo que aun es un estilo de vida posible en Barcelona, quizás".
O sea que, cuando se trata de Barcelona y Manhattan, "en casa nos sentimos como turistas" pero en la otra ciudad de nuestras fantasías nos sentimos auténticos.
Aportació de V.E.I
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