La Barceloneta es el balcón marítimo de Barcelona. Durante años vivió de espaldas a la ciudad. Durante años nadie quería vivir en ese barrio húmedo de pescadores y obreros. Hace seis años las inmobiliarias lo pusieron en su punto de mira. El barrio, forjado en la calle, regresó a ella para decir no a la especulación y a la expulsión de los abuelos.
Aseguran algunos vecinos que la Barceloneta es conocida con el nombre de Òstia por el mal genio que algunos sacan cuando les tocan su barrio. Y, desde hace seis años, parece que no han tenido un día de sosiego. En algo –y llegar a un consenso es un gran mérito en este barrio— están todos de acuerdo: fue en el 2003 cuando empezaron los cambios que han puesto en jaque el modelo de barriada de fuerte arraigo vecinal.
En el 2003, la Barceloneta y sobre todo los quarts de casa --unas 5.800 viviendas-- se pusieron en el punto de mira de las inmobiliarias. Los hombres de negro, como los llaman con sorna, colonizaron la zona. Algunos propietarios vendieron y sus viviendas se convirtieron en pisos turísticos; otros los alquilaron a jóvenes que pagan hasta 1.300 euros por 30 metros cuadrados; a algunos vecinos los echaron, y casi todos los inquilinos empezaron a temer por la subida de los alquileres.
Hace solo un año un informe del Ayuntamiento de Barcelona mostraba que el precio del metro cuadrado, tanto de compra como de alquiler, era el más caro de la ciudad. Algo ya había cambiado: por primera vez vivir en el barrio no era un estigma.
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Aseguran algunos vecinos que la Barceloneta es conocida con el nombre de Òstia por el mal genio que algunos sacan cuando les tocan su barrio. Y, desde hace seis años, parece que no han tenido un día de sosiego. En algo –y llegar a un consenso es un gran mérito en este barrio— están todos de acuerdo: fue en el 2003 cuando empezaron los cambios que han puesto en jaque el modelo de barriada de fuerte arraigo vecinal.
En el 2003, la Barceloneta y sobre todo los quarts de casa --unas 5.800 viviendas-- se pusieron en el punto de mira de las inmobiliarias. Los hombres de negro, como los llaman con sorna, colonizaron la zona. Algunos propietarios vendieron y sus viviendas se convirtieron en pisos turísticos; otros los alquilaron a jóvenes que pagan hasta 1.300 euros por 30 metros cuadrados; a algunos vecinos los echaron, y casi todos los inquilinos empezaron a temer por la subida de los alquileres.
Hace solo un año un informe del Ayuntamiento de Barcelona mostraba que el precio del metro cuadrado, tanto de compra como de alquiler, era el más caro de la ciudad. Algo ya había cambiado: por primera vez vivir en el barrio no era un estigma.
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