EL PAÍS, 12/06/2010
(POR JOSEP MARIA MONTANER)
El barrio de la Vila Olímpica de Barcelona cumple 18 años de su inauguración para los Juegos Olímpicos de 1992. Revisitarlo nos permite comprobar cómo ha evolucionado y aprender de sus muchos errores. Dieciocho años después sigue siendo, durante todos los días y horas, un barrio casi vacío de paseantes (excepto los fines de semana de verano, atravesado por bañistas) y de comercios. Las plantas bajas, en gran parte macizas ya desde el proyecto, siguen inhóspitas, y de los locales han sobrevivido las sedes de bancos y los restaurantes. Los demás cambian o están vacíos a menudo. Y la poca afluencia de personas es engullida por el Centre Comercial de la Vila.
La mayor parte del espacio libre entre los edificios se ha privatizado: docenas de letreros avisan: “propiedad privada”, “exclusivo vecinos”. Esta machacona repetición define el barrio: privado y exclusivo; toda una lección de urbanismo contemporáneo. Y todo un muestrario de vallas, barreras, cercas y garitas privadas de vigilancia. Ésta es la realidad del urbanismo olímpico barcelonés, bastantes años después, para quien se atreva a recapitular sin miradas mitificadoras. La avenida de Icaria, con las pérgolas de Enric Miralles y Carme Pinós, es el paseo más vacío de Barcelona.
Y es aleccionador ver otra parte de la Vila Olímpica, las tres manzanas proyectadas por el equipo de Carlos Ferrater. Allí hay un poco más de vida, los tres jardines interiores siguen siendo públicos y frondosos, y los comercios están llenos de actividad, ya que se pensó en locales más adecuados: menor superficie, siempre a nivel de la calle (no bajando o subiendo escalones como los que hay en la Vila Olímpica), y sobre todo conformados para que en su uso se mantuvieran transparentes y relacionados con el jardín interior. Mientras que en las tres manzanas se puede experimentar una recreación de la ciudad que ideó Ildefons Cerdà, en el resto de la Vila Olímpica se comprueba lo que ya se vio en un principio: poca vida iba a brotar de una Icaria a la que se le había borrado la memoria, de la baja densidad y de un urbanismo ecléctico y sin carácter.
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