¿Lujo reñido con el medio ambiente?
Diseñado por Ricardo Bofill, el hotel W Barcelona navega entre la suntuosidad de sus cinco estrellas y las protestas vecinales, que denuncian que el edificio incumple la Ley de Costas
Desde su inauguración el pasado octubre, el hotel Vela se ha embarcado en una travesía algo revuelta. Sin embargo, y a pesar de las protestas vecinales que han rodeado su construcción, sus previsiones de ocupación se han visto sobrepasadas.
No es de extrañar. El Vela reúne todos los requisitos para convertirse en el nuevo icono arquitectónico de una ciudad que, ya de por sí, es un icono en sí misma. Diseñado por el archiconocido Ricardo Bofill, se encuentra enclavado en el corazón de la playa de La Barceloneta.
Sus 26 plantas están ubicadas perpendicularmente al muelle, por lo que ofrecen privilegiadas vistas; cuenta con 473 habitaciones, entre ellas 67 suites que disponen de la tecnología más avanzada; su interior se mimetiza, como un camaleón, con el cambio lumínico del exterior, gracias al sistema de automatización que integra al cliente en su filosofía, inspirada en el Mediterráneo.
No en vano, su creador tuvo presentes sus aguas a la hora de emprender el proyecto: «Primero, me aproximé al Mediterráneo. Éste ha sido uno de los momentos más espirituales y excitantes de mi vida. Estaba ante el rompeolas, mirando el horizonte azul, hacia las aguas profundas, y entonces pensé: «¡Es justo ahí, en medio del agua!» El lugar se encontraba a unos 300 metros de donde yo estaba, y, tras tomar aire, me dirigí al estudio, con la certeza de que el hotel había sido creado».
Su idea, que consistía en montar un «gran balcón o teatro que mirara al escenario del agua», se plasmaría sobre el papel en 1999, pero aún tardaría unos años en materializarse. Hasta 2006, el Ayuntamiento de Barcelona no aprobó el proyecto, con unos leves retoques respecto a su primer bosquejo. Las grúas empezaron entonces su tarea y hoy el Vela, engastado en el volumen del atrio, puede presumir de sus 110 metros de altura, 50 menos que en su concepción inicial.
Sus clientes disfrutan, entre otros servicios, del primer Bliss Spa de España, cerca de 700 m2 para la relajación y el masaje. Además, el hotel da trabajo a 400 profesionales y, según fuentes de la empresa, «el diez por ciento de los contratados a través del «casting center» son del vecindario; y se han abierto nuevos espacios de ocio para los ciudadanos de la Barceloneta, como bares, restaurantes (incluyendo el del chef catalán Carles Abellán), nuestro Great Room y salones de reuniones, ideales para eventos».
Sin duda, el Vela se alza como un auténtico símbolo de la ciudad condal en el siglo XXI. Pero, ¿un símbolo de qué?, ¿de la modernidad y el progreso, como apuntan sus responsables, o de la especulación y el favoritismo, como sostienen sus detractores? Hay opiniones para todos los gustos.
El edificio ha costado 280 millones de euros, incluida la aportación de la Autoridad Portuaria de Barcelona, y supone el desembarco del grupo neoyorquino Starwood en España con su marca hotelera de lujo W, que cuenta con más de 30 centros en el mundo y se encuentra, en este momento, inmersa en un ambicioso plan de expansión.
Pero la polémica no ha partido tanto de su coste como de su ubicación. El Vela se alza sobre una superficie ganada al mar, en el Moll de Llevant, y sus críticos, como Gala Pin, miembro de la Campaña contra el hotel Vela y de la Plataforma en Defensa de la Barceloneta, entienden que «tanto la Generalitat como el Ayuntamiento, que otorgó las licencias, y el Ministerio de Fomento, que gestiona la Autoridad Portuaria, han permitido que se haga un uso particular de un espacio público, con el único objetivo de su rentabilidad».
Así, en los cinco meses que dura ya su travesía, el establecimiento de cinco estrellas ha encallado en las protestas de los vecinos de La Barceloneta y grupos de ecologistas, que denuncian la contradicción de levantar un hotel en la bocana del puerto, contra la Ley de Costas, que impide construir a 100 metros del mar.
En su defensa, fuentes del Vela argumentan que «W Barcelona cumple plenamente todas las leyes y regulaciones vigentes» e insisten en que el proyecto ha supuesto el «desarrollo del área de la Nova Bocana, un espacio público nuevo, que incluye una maravillosa ampliación de la playa pública y su paseo marítimo, así como la impresionante Plaza de la Rosa de los Vientos, diseñada también por Ricardo Bofill».
Las mismas fuentes argumentan que la mayor parte de los productos empleados en el hotel son de origen local: «No sólo los elementos de decoración, sino la materia prima empleada en nuestros bares, posibilitando así la captación de viajeros con una mentalidad exploradora, interesada en la cultura y en descubrir los tesoros de la ciudad».
Turismo diferente
Pero no es éste el turismo que quieren en La Barceloneta. La previsible subida del precio de las viviendas y el nivel de vida inquieta también a sus vecinos, que se han propuesto como objetivo la desaparición del edificio. En este sentido, Gala Pin opina que «pedir la demolición del hotel no es tan descabellado. De hecho, se han desmantelado chiringuitos por incumplir la Ley de Costas en lugares aún más alejados de donde ahora se alza este hotel». Y es que, de acuerdo con Pin, en esa superficie «se podrían construir sólo infraestructuras de carácter portuario; pero no ceder el suelo a unas empresas privadas».
De momento, un total de diez entidades –la Asociación para la Investigación y la Acción Metropolitana (AIAM), la Asociación Catalana de Surf, el Observatorio DESC (Derechos Económicos, Sociales y Culturales), las asociaciones de vecinos de L’Ostia y Can Ricart, la Plataforma en Defensa de La Barceloneta, el Ateneo La Torna de Gràcia, la sección de parques y jardines de la CGT, el Centro Social de Sants y el grupo Attac Catalunya– han presentado un contencioso administrativo con el que pretenden la demolición del hotel. Las asociaciones de arquitectos consultados han preferido no responder.
Article publicat en el diari la Razón per Mª. C. Romero / A. De Frutos
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