El barrio marinero de la Barceloneta no es grande. Tiene forma de triángulo con unos límites físicos claros: la playa y el mar Mediterráneo, por un lado; el Port Vell, por otro, y la ronda litoral y el Puerto Olímpico, por el otro. Sus calles son rectilíneas, y las islas de sus casas, regulares. Se levantó en el siglo XVIII, cuando imperaba el modelo urbanístico de la Ilustración. Su artífice fue un ingeniero español de origen flamenco que cumplió la orden de Felipe V de urbanizar una zona insalubre cerca del mar. El ingeniero proyectó 15 calles atravesadas por otras nueve con casas unifamiliares de planta con acceso a dos calles por aquello de la ventilación. Las viviendas eran de una sola altura para que no impidiesen la actividad de las baterías de la ciudadela. Pasado el tiempo, cuando las baterías ya no funcionaban y llegó la industrialización, los edificios crecieron a lo alto y se partieron las viviendas originales en mitades y cuartos de piso, viviendas muy pequeñas que obligaban a sus habitantes a vivir en la calle.
Pero, a pesar de ser pequeña, la Barceloneta presenta dos, y si apuramos, hasta tres mundos diferentes en olores, colores y paisaje humano, algunos incluso en peligro de extinción. Y ése es uno de sus encantos. Son mundos que ha captado el escritor Antonio Iturbe en su novela Días de sal (la otra orilla), donde el protagonista vuelve al barrio de su infancia, que no es otro que el que nos ocupa.
01 Gambas frente al puerto deportivo
La ruta bien puede comenzar en el Palau del Mar, un edificio de finales del siglo XIX construido para albergar los Almacenes Generales del Comercio. El 31 de mayo de 1900 finalizaron las obras, y en la actualidad alberga el Museo de Historia de Cataluña. En su planta baja cobija varios restaurantes con terrazas que miran al puerto repleto de barcos deportivos. No se ve el mar abierto. El ambiente a ciertas horas es divertido, con muchos puestos ambulantes y las terrazas a rebosar de turistas dispuestos a catar una rica fideuá.
La ruta continúa por el paseo de Juan de Borbón, conocido por los del barrio como Paseo Nacional. Detalle arquitectónico: en el número 43 del paseo de Juan de Borbón, un elegante edificio de Josep Antoni Coderch, emblema de la mejor arquitectura barcelonesa. El paseo cuenta con innumerables restaurantes que ofertan paella, gambas, pescados y sangría. Antes de llegar a la playa se encuentra la Biblioteca del Consorcio del Far (www.consorcielfar.org), con una rica biblioteca de temas náuticos y marineros abierta al público.
02 Pescadores y playeros
Si vamos hasta el final de la calle de Escar, llegaremos al puerto pesquero, donde al atardecer regresan los barcos con el pescado del día. No dejan pasar, pero se ve el antiguo faro, que cuando dejó de funcionar se convirtió en reloj. Restos del pasado, de un mundo desaparecido, entre las modernas construcciones del puerto como son el Trade Center o el Maremagnum, y al que sin duda se une el polémico hotel Vela, de Ricardo Bofill, que ha cambiado de nuevo el perfil marítimo de Barcelona.
Ya estamos en la playa del paseo Marítimo. Aquí volvemos al mundo moderno, al ambiente juvenil, universitario, de turistas en busca de sol o haciendo deporte, jóvenes surfeando, extranjeros alucinados con la playa y aprovechando las horas de sol; gente paseando, bicicletas. Un paseo que va hasta la Villa Olímpica y que antaño contaba con unos añorados chiringuitos, derribados en la fiebre olímpica. El ambiente en verano y primavera con la puesta en escena de los otros chiringuitos, la música, las terrazas, la gente haciendo deporte y tiendas de surf como Box220 le dan aire de ciudad californiana, siempre animada. Es otro de sus mundos. Y ahora entramos ya por algunas de las estrechas calles al epicentro del barrio.
03 La buena mesa
Aquí está el barrio antaño marinero y popular, y hoy sólo popular, aunque algo queda de ese sabor a sal y del duro trabajo de mar. El paisaje humano son los habitantes del barrio, gente mayor, curtida por las dificultades, con un comercio pequeño por el que no ha pasado el tiempo, como la tienda de Hilados Donados, donde se venden todo tipo de cuerdas para uso marítimo, en la calle del Almirante Churruca.
Aquí perviven tascas como Cova Fumada, que encantará a los buscadores de lo auténtico. La familia al completo trabaja en esta pequeña cueva, siempre repleta, con una pequeña cocina vista, donde la madre prepara sus famosas bombas (la tapa oficial del barrio, que según la leyenda se inventaron aquí), una bola de patata rellena de carne acompañada por alioli y salsa picante. O restaurantes como Can Maño, donde lo de menos es el servicio, y lo más, unos salmonetes a la plancha.
La Barceloneta es uno de los mejores sitios para tomar pescado frito. Y como un día es un día, se puede ir a degustar una mariscada a El Lobito, donde a veces el dueño pone en la mesa lo que le viene en gana. El ambiente es divertido y hay que dejarse llevar. No pensar en el bolsillo. Otro de los clásicos es Can Solé, abierto desde 1903 y que presume de una ilustre cartera de clientes en su larga historia, como Néstor Luján, Santiago Rusiñol, Joan Miró, Manolo Vázquez Montalbán y Manolo Escobar.
Es el barrio de siempre, con su ropa colgada, sus balcones abarrotados de cacharros y fregonas. Pero hay algún indicio de cambio, como el reformado mercado, abierto hace dos años y donde se ha instalado Lluçanès, cocina de autor con una estrella Michelin y moderna estética, o la tienda de tatuajes de la plaza del Poeta Boscán.
Pero sigamos el paseo con el estómago contento. Llama la atención un edificio de ladrillo en la calle del Conde Santa Clara. Era una antigua cooperativa de final del XIX, hoy convertida en biblioteca. En la plaza de la Barceloneta, la iglesia barroca de San Miguel, santo del barrio, el primer edificio de la Barceloneta, que se terminó en 1755 y que es bajito por aquello de los cañones de la ciudadela. Y una última visita: a la librería Negra y Criminal (La Sal, 5; www.negraycriminal.com), un lugar de culto para todos los amantes del género y uno de los agentes culturales más activos del barrio. Es sin duda otro mundo.
Publicat en el diari el País
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