Màrius Carol - 24/09/2008
Crece "la turismofobia" e incluso Sisa en su pregón recordó los "guiris meones" que nos invaden
Siete millones de turistas visitarán este año Barcelona, que se ha convertido en una referencia como ciudad cosmopolita. Pero estas cifras espectaculares que generan un río de dinero para la urbe están despertando la turismofobia de los barceloneses, que ven cómo la existencia de estos forasteros complica el tráfico, desborda los museos, hace subir los precios de restaurantes y homogeneiza el paisaje. Hace veinte años los barceloneses querían abrirse al mundo (y para eso se volcaron en los Juegos) y ahora, cuando el mundo nos ha venido a ver, los recibimos como pelmazos. El pregón de las fiestas de la Mercè de Jaume Sisa tuvo su aderezo de turismofobia cuando recordó a los "guiris meones", como si el orín tuviera denominación de origen y como si los nativos no consideraran las aceras como su mingitorio.
El profesor de Turismo de la Universitat de Girona ha escrito un artículo en la revista Barcelona Metrópolis donde recuerda que este fenómeno de rechazo no es exclusivo de la ciudad, hasta el punto que cita un autor norteamericano que propuso una teoría según la cual la relación entre huéspedes y anfitriones, entre turistas y residentes, pasa inexorablemente por cuatro etapas: euforia, apatía, irritación y antagonismo. En cualquier caso, en toda urbe turística conviven los utilitaristas, que consideran que los visitantes son una fuente de ingresos y de rehabilitación urbana, y los paranoicos, que creen que son un factor de deformación cultural y urbanística.
Es cierto que uno no tiene la capacidad de elegir a sus turistas (sólo uno de cada tres visitantes llega con afán de conocer la cultura barcelonesa) y que cuando uno ve según qué tipos cocidos de cerveza y con un sombrero mexicano comprado en la Rambla en la cabeza le gustaría enviarlo en un Sputnik como a la perra Laika. Pero, a fuerza de ser sinceros, la ciudad es de todos, incluso de los apóstoles del mal gusto, entre quienes tampoco faltan unos cuantos que han nacido entre nosotros. La ciudad es un millón de cosas como clamaba el poeta de la radio y lo cierto es que Barcelona somos todos, incluso aquellos que ofenden nuestra sensibilidad. No sea caso que denunciemos que el turismo convierte nuestra capital en un parque temático para el consumo turístico y seamos incapaces de entender que tampoco tendría sentido 1a ciudad museo para que nos extasiáramos los locales.
La democratización del turismo, que antes era una práctica de privilegiados, es uno de los fenómenos más interesantes que nos ha tocado vivir, a costa de que el paisaje pierda autenticidad. Y tomémonos con calma (y exigencia cívica) el éxito turístico, entre otras cosas porque tras el estreno del último Woody Allen han crecido las reservas de viajes desde EE. UU., mientras Continental Airlines publicita sus vuelos directos a Barcelona en sus taxis. Aunque no todas las forasteras serán como Scarlett Johansson
Aportat per VEI
Crece "la turismofobia" e incluso Sisa en su pregón recordó los "guiris meones" que nos invaden
Siete millones de turistas visitarán este año Barcelona, que se ha convertido en una referencia como ciudad cosmopolita. Pero estas cifras espectaculares que generan un río de dinero para la urbe están despertando la turismofobia de los barceloneses, que ven cómo la existencia de estos forasteros complica el tráfico, desborda los museos, hace subir los precios de restaurantes y homogeneiza el paisaje. Hace veinte años los barceloneses querían abrirse al mundo (y para eso se volcaron en los Juegos) y ahora, cuando el mundo nos ha venido a ver, los recibimos como pelmazos. El pregón de las fiestas de la Mercè de Jaume Sisa tuvo su aderezo de turismofobia cuando recordó a los "guiris meones", como si el orín tuviera denominación de origen y como si los nativos no consideraran las aceras como su mingitorio.
El profesor de Turismo de la Universitat de Girona ha escrito un artículo en la revista Barcelona Metrópolis donde recuerda que este fenómeno de rechazo no es exclusivo de la ciudad, hasta el punto que cita un autor norteamericano que propuso una teoría según la cual la relación entre huéspedes y anfitriones, entre turistas y residentes, pasa inexorablemente por cuatro etapas: euforia, apatía, irritación y antagonismo. En cualquier caso, en toda urbe turística conviven los utilitaristas, que consideran que los visitantes son una fuente de ingresos y de rehabilitación urbana, y los paranoicos, que creen que son un factor de deformación cultural y urbanística.
Es cierto que uno no tiene la capacidad de elegir a sus turistas (sólo uno de cada tres visitantes llega con afán de conocer la cultura barcelonesa) y que cuando uno ve según qué tipos cocidos de cerveza y con un sombrero mexicano comprado en la Rambla en la cabeza le gustaría enviarlo en un Sputnik como a la perra Laika. Pero, a fuerza de ser sinceros, la ciudad es de todos, incluso de los apóstoles del mal gusto, entre quienes tampoco faltan unos cuantos que han nacido entre nosotros. La ciudad es un millón de cosas como clamaba el poeta de la radio y lo cierto es que Barcelona somos todos, incluso aquellos que ofenden nuestra sensibilidad. No sea caso que denunciemos que el turismo convierte nuestra capital en un parque temático para el consumo turístico y seamos incapaces de entender que tampoco tendría sentido 1a ciudad museo para que nos extasiáramos los locales.
La democratización del turismo, que antes era una práctica de privilegiados, es uno de los fenómenos más interesantes que nos ha tocado vivir, a costa de que el paisaje pierda autenticidad. Y tomémonos con calma (y exigencia cívica) el éxito turístico, entre otras cosas porque tras el estreno del último Woody Allen han crecido las reservas de viajes desde EE. UU., mientras Continental Airlines publicita sus vuelos directos a Barcelona en sus taxis. Aunque no todas las forasteras serán como Scarlett Johansson
Aportat per VEI
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada