"Vivíamos en un cuarto, en el piso de mi bisabuelo, en la calle de Berenguer Mallol, y mi madre, hace cinco años, quiso alquilar la planta baja porque mi padre estaba enfermo. Yo me quedé en el de arriba y mi madre, el de abajo. Firmamos dos contratos por cinco años y en marzo se acaban. Las dos nos vamos a la calle. Ayer me llamó una mujer diciendo que ha comprado mi piso y que me marche. Tengo una niña pequeña. ¿Qué hago?" Lola, una mujer rubia, acaba de ir a la oficina de rehabilitación de la Barceloneta a explicar su caso a la funcionaria. Nerviosa, se retuerce las manos. "Estoy acostumbrada a vivir con poco. ¿Me podréis ayudar?".
Lola explica su historia por si pueden ofrecerle un piso de la red de emergencia social, pero antes, en la calle, lo han hecho Fina, Carmen y María. Un paseo por la Barceloneta revela el profundo contraste entre el hotel Vela, en construcción, símbolo del turismo de lujo, y la angustia con la que viven los vecinos que soportan una presión inmobiliaria altísima, con rentas bajas y la mala fe de muchos propietarios. Fina, de 68 años, sufrió un caso más cruel: tuvo que dejar su piso de toda la vida, con su marido enfermo, por el que pagaba 240 euros, para vivir en un bajo en la calle de Baluard por 620. Allí, en un puñado de metros, muestra una cocina oxidada, un lavabo del que salen bichos y un comedor sin apenas luz.
La presión inmobiliaria la sufre toda Barcelona pero más en este barrio de 15.000 personas, donde se pagan alquileres de entre 850 y 900 euros por los 30 metros cuadrados de los quarts de casa, la tradicional vivienda en la que los inquilinos hacen equilibrios con el espacio, y que los promotores encuentran ideales como apartamentos turísticos. En la casa de Emilia Lloca, presidenta de la asociación de vecinos de l'Òstia, llegaron a vivir nueve personas y además allí su madre trabajaba como modista. Antonio Martínez, camarero, muestra cómo vive feliz con su mujer y tres niños, que comparten cuarto, aunque la ropa, por falta de armarios, es su peor calvario.
Quizá por eso, el famoso plan de los ascensores, frenado ahora por el Consistorio, consistente en eliminar una línea de pisos de una finca para que cupiera un elevador, parece casi una frivolidad (el 83% de los edificios carecen de él, pero en el global de Ciutat Vella tampoco lo tienen el 81% de ellos). El precio del metro cuadrado, tanto de compra como de alquiler, es el más de alto de Barcelona: 5.825 euros frente a 4.930 de toda la ciudad y 18,63 frente a 14,06, respectivamente, según un informe del Ayuntamiento de Barcelona, de 2007. "Desgraciadamente, la gente ha descubierto la maravilla de la Barceloneta. Se piden 800 euros de alquiler cuando la gente vive con 400. Las cuentas no salen", dice Gerard, asistente social. Mucha gente ha tenido que irse.
El Ayuntamiento invertirá en los próximos años 15 millones de euros, previstos en la Ley de Barrios, para darle un empujón a la Barceloneta. Itziar González, la edil, ha impulsado medidas para garantizar els quarts de casa, que consagran una forma de viday asegura que nadie tendrá que irse, que primará el derecho a la vivienda al del ascensor. "Pero ¿quién protege a los inquilinos si el dueño apuesta por ello? ¿Qué pasará cuando se les acabe el contrato?", dice Gala Pin, de la Plataforma en Defensa de la Barceloneta. Del 55% de pisos alquilados del barrio, sólo el 7% son de renta antigua. Los vecinos creen que al final se dependerá de la conciencia de cada propietario. "Lloraba por la calle", narra María Blasco, de 61 años. "Pagaba 460 euros y se me acababa el contrato. Al final, me subieron sólo 60 euros".
El Plan de Barrios incluye datos demoledores: en 2007, 945 vecinos (el 6,1% de la población) fueron atendidos por los servicios sociales. "El poder adquisitivo de los vecinos de la Barceloneta es de los más bajos de Barcelona y eso implica un riesgo de exclusión social", advierte el informe. Emilia Lloca reclama la retirada del plan de los ascensores porque dice que un propietario ganaría un litigio en los tribunales. Y clama al Ayuntamiento: "Si quieren un barrio turístico ¡que nos protejan!", dice, y pide una tarjeta para residentes que recoja descuentos en las tiendas porque intuyen que los precios se dispararán cuando el hotel Vela se inaugure.
Lloca planea una campaña en primavera para explicar a los turistas cómo viven y para que los barceloneses sepan que la Barceloneta es más que un barrio donde ir a comer paella. Eso también lo saben dos hombres que dan vueltas vestidos de negro, con pinta de ser de una inmobiliaria. Carmen ni los mira: "Cobro 500 euros de pensión y quieren que pague 700 u 800. No encuentro nada por 400. Ya les he dicho que yo, de mi casa, no me voy".
Publicat per ÀNGELS PIÑOL en el País
1 comentari:
està molt bé reflectida aquesta realitat qüotidiana del barri. Tanta mesura anunciada a bombo y platillo de què serveix si la gent no pot pagar-se la casa?
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