Por fin se ha podido descubrir qué hay detrás de los muros de hormigón, vagamente recubiertos de vegetación, que se han levantado para defender el Parc Central del Poblenou. Y lo que se descubre es un parque decepcionante, vacío de algo que tenga sentido y pueda ser una aportación para las personas. Tras atravesar las estrechas aberturas, se transita por unos suelos sin interés y no se ve ninguna aportación respecto a lugares de juego para niños, a cómo sentarse y hacer corrillos para hablar, echarse al sol o ponerse a la sombra bajo alguna pérgola ingeniosa, hacer pic-nic, tomar algún refresco o ir al lavabo. Sólo artilugios superfluos: unas pérgolas mal copiadas de las obras de Enric Miralles y Carme Pinós; unos paneles horadados a la manera de Rem Koolhaas; unas luminarias esféricas sacadas de Luis Barragán; una espiral con el rimbombante nombre de cráter, de tratamiento vegetal cursi, que recuerda en malo la bellísima obra de Beverly Pepper en el parque de la estación del Norte; un Giacometti de cuarta categoría; unos lamentables iglús a lo Mario Merz; un paisaje lunar penoso, y unas sillas aisladas antihomeless y antigrupos. En definitiva, un parque cuyos muros y rincones lo hacen tremendamente inseguro, y unos jardines que siguen la concepción francesa de los setos y las pérgolas que ellos mismos hace más de veinte años han rechazado y superado con "los jardines en movimiento" y la libertad de las plantas creciendo
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Al mismo tiempo se levantan fronteras absurdas, evitables e innecesarias como el Parc Central del Poblenou, proyectado por Jean Nouvel, uno de los mayores despropósitos de la Barcelona contemporánea. Está visto que estamos recogiendo los epígonos de grandes figuras: ya en ocasión de los Juegos Olímpicos recolectamos uno de los peores Álvaro Siza Vieira -la estación meteorológica de la Vila Olímpica-; tenemos el peor Herzog y de Meuron de la historia, la vergüenza discotequera del edificio Fórum; David Chipperfiel está llenando la ciudad de grandes cajas con sus paneles prefabricados de hormigón coloreado y sus agobiantes ventanas repetitivas, y estamos asistiendo, de manera impasible, a la decadencia de Jean Nouvel.
Recreación de las murallas de los barrios cerrados, de los resorts y de las urbanizaciones, miniatura de los muros de Sharon en Palestina, el Parc Central del Poblenou se levanta como manifiesto del urbanismo del absurdo y del despilfarro, como provocación a un silencio cómplice que se produce en esta ciudad de nuevos ricos que, después de tantos prodigios, está ya definitivamente anestesiada.
17/7/2007
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