IDEAL, 05/09/2009
(POR JUAN CHIRVECHES)
También yo tengo un sueño. O varios. Los sueños que uno anhela son, como si dijéramos, esperanzas con legañas.
Tengo el sueño (utopía por ahora, pero quién sabe) de que, algún día, en todas nuestras ciudades, grandes o pequeñas, exista una concejalía de Demoliciones cuyo cometido fuera borrar del mapa y del plano del término municipal los desmanes, las aberraciones, los abusos éticos y estéticos que en materia de urbanismo se han venido cometiendo en nuestro país en las últimas décadas.
Una concejalía, una delegación, un consejo, un organismo… da igual; pero un ente que tuviera la suficiente dotación económica, la gran altura moral y el necesario respaldo legal y social para llevar a cabo su función con contundencia, eficacia y celeridad.
Quienes todos sabemos han guarreado ética y estéticamente España hasta tales simas de pozo negro que una profunda tristeza invade a cualquier espíritu medianamente sensible.
Yo tengo ese sueño: que un futuro no muy lejano limpie y haga desaparecer las manchas de ladrillo y los paredones de hormigón, las excrecencias que la codicia más salvaje, la corrupción, la especulación, la megalomanía y el mal gusto han depositado en nuestras poblaciones y paisajes.
La demolición como sanción legal, ejemplar y única, contra las construcciones ilegales, contra los tramposos del ladrillo y contra los listos y corruptos. Pero también la demolición como solución estética frente a la fealdad arquitectónica, frente a los excesos de volumen y altura, frente al emparedamiento de las calles, frente a las construcciones que, por muy legales que sean, atenten contra la tipología tradicional de la ciudad o el pueblo. La demolición como reparadora y restauradora de la belleza y el equilibrio perdidos, de la identidad urbana robada. La demolición como respuesta a lo ilegal, pero también contra los excesos y fealdades legales que en materia de construcción observamos por doquier.
Lamentablemente, hoy en día, permanece en pie la mayor parte de las edificaciones ilegales que, en los últimos años, han proliferado por todos los rincones de España. En vez de ejecutarse el derribo inmediato, puro y duro, de lo ilegal, que sirviera de escarmiento y alerta a tanto delincuente urbanístico y a tanto listo como hay entre nuestros compatriotas, en lugar de eso, por lo general, se inicia una larga cadena, e insufrible, de juzgados, negociados y abogados; de audiencias locales, regionales y estatales; de informes, contrainformes y expedientes; de tribunales superiores, inferiores y medianos… y, al cabo de un montón de años, todo termina con la ilegalidad legalizada a cambio de una multita o de una cesión de terrenillos del promotor o constructor al ayuntamiento de turno. Terrenillos que, a su vez, en poco tiempo, serán recalificados y vueltos a comprar por el mismo promotor; o por otro.
En estos casos, que son muy numerosos, los ayuntamientos, las leyes que lo permiten, caen en algo gravísimo: nada menos que están amparando y justificando la ilegalidad; están siendo cómplices de los delincuentes y están animando, indirectamente, a todos los sinvergüenzas a hacer lo mismo pues éstos aprenden que con una multa (que para ellos es calderilla y ya lo tienen previsto), o una permuta de terrenos pueden saltarse a la torera cualquier normativa… disimulando un poco, eso sí.
ÉTICA FRENTE A ABUSOS
Esta situación, que se repite a diario en multitud de ayuntamientos españoles, es un auténtico disparate: que una enorme cantidad de construcciones ilegales acaben legalizadas a cambio de una multa es un escándalo que, incluso, puede llevar a muchas personas a preguntarse por la legitimidad de las instituciones del Estado.
Pero, a veces (por fortuna cada vez más, aunque las cosas de palacio van despacio), la sentencia firme no deja a dudas ni el menor resquicio o alternativa: demoler lo edificado. Pues tampoco, mire usted. Porque entonces empiezan que si los compradores, pobrecitos, compraron con buena voluntad, sin saber nada de que aquello era una estafa (lo cual no se lo creen ni ellos mismos, pero bueno…); en otros casos, que si los puestos de trabajo, que si se va a crear riqueza. Y así pasan años y años sin que nadie derribe lo que hay que derribar, ni el Estado demuestre la contundencia necesaria ante los atropellos cometidos por unos cuantos. Miles de casas y de edificaciones están en esta situación.
Y más o menos así, se eternizan casos tan conocidos como el del hotel El Algarrobico, construido ilegalmente en pleno parque natural del Cabo de Gata, o el centro comercial Nevada, en la localidad granadina de Armilla, que registra el mayor cúmulo de irregularidades que pueda imaginarse. Edificios ambos que hace tiempo debieran haber sido demolidos. Y sin embargo ahí siguen, mientras alguien (no sabemos quién ni por qué) deshoja la margarita del “lo tiro, no lo tiro, lo tiro, no lo tiro, lo tiro…”. Todo esto pareciera una burla al Estado de derecho, que da la sensación de incapacidad para hacer cumplir la normativa y las sentencias firmes en materia de ladrillo.
Los responsables de las ilegalidades urbanísticas debieran aprender y saberse bien que la única y exclusiva salida que van a tener, lleva rotulado este letrero: DEMOLICIÓN.
La demolición, pues, de las construcciones ilegales representa una postura ética frente a los abusos y barbaridades; contribuye a elevar la moral pública; sirve de aviso y guía a los posibles infractores; y refuerza el papel regulador y justo del Estado.
Pero también las demoliciones de edificios por motivos estéticos debieran formar parte del trajín de la ciudad. A veces se ha hecho así, como por ejemplo en el caso del edificio Trino, de Almería, aquel espantajo que estaba al final de la Rambla, frente al mar.
Dada la cantidad de edificios groseros, feísimos, fuera de cacho y fuera de sitio, de enorme agresividad, que nos ha dejado el siglo XX, y nos sigue dejando el siglo XXI, aunque se ajusten a las disposiciones legales, quizás habría que pensar, alguna vez, en ese organismo con el que yo soñaba al principio del artículo. Organismo que, poco a poco, los fuera borrando mediante su demolición. Como se borran las pesadillas.
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