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Article publicat al diari ElPeriódico
La Barceloneta teme que la crisis la sobreexplote aún más este verano
HELENA LÓPEZA FAVOR Y EN CONTRA / En el lado de los puntos negativos, que los pisos turísticos molestan, que a nadie le gusta amanecer con el portal lleno de vómitos de los efímeros vecinos del quinto y que la abundancia de bicicletas de alquiler, bicitaxis y gocars invadiendo la vía pública son un incordio para el transeúnte. A favor, que en el barrio corre –o corría antes del azote de la crisis– más dinero que nunca, y que muchos vecinos han obtenido gracias al turismo unos ingresos que jamás hubieran imaginado. A partir de ahí, el resto –que tampoco es poco– va por individuos.
Piero Ferrari, presidente de la asociación de comerciantes de la Barceloneta, apunta algo con lo que coinciden muchos vecinos. No entiende por qué si un autóctono orina en plena calle es multado ordenanza cívica en mano, y en cambio la pasividad policial es generalizada ante el incivismo de los turistas. Opinión que comparten casi todos tanto en el barrio como en el resto de Ciutat Vella, distrito que se lleva con diferencia la peor parte en cuanto a lo que turismo de borrachera se refiere. Hecho, eso sí, que es negado reiteradamente por la Guardia Urbana, que dice aplicar la ordenanza por igual a propios que a veraneantes.
En esa misma línea, Lourdes López, miembro de la asociación de vecinos L'Òstia –colectivo muy crítico con la explotación inmobiliaria del barrio– cuenta que si la policía local se muestra transigente con el incivismo del turista es precisamente porque es el propio municipio el interesado en atraer a ese turismo. «Los cívicos van a visitar la Pedrera y la Sagrada Família. A la Barceloneta acuden los que vienen a emborracharse», resume. Lo que, desde su punto de vista, avalado por las cientos de noches en vela por obra y gracia de estos visitantes, ha provocado que la Barceloneta haya pasado «de oler a playa a oler a pipí». Y ese tipo de turista es el que se hospeda, no por casualidad, en los polémicos apartamentos turísticos, que, por otro lado, «previamente han tenido que expulsar a vecinos del barrio para poder abrirse», según explica el arquitecto Josep Maria Montaner.
En la otra cara de la moneda, está que esos mismos guiris que acaban orinando en cualquier esquina previamente han cenado en algún bar de la zona (o se han comprado un bocadillo en algún colmado). «En una crisis como la que estamos viviendo, los restauradores no sé cómo habríamos salido adelante sin los turistas», apunta Ferrari, quien ofrece su ejemplo personal para justificar los beneficios del turismo en el barrio. «Yo mismo tengo 30 trabajadores. Son 30 familias que viven gracias al turismo. Igual que yo, podría hablar de muchos otros», explica.
Y el presidente de los comerciantes pone otro tema sobre la mesa, muy relacionado con la ya citada permisividad hacia el turista. «Los restauradores podemos controlarles cuando están en nuestros locales. Una vez fuera, ya no podemos hacer nada. Guardar el orden público es cosa de la Administración, no de los empresarios», recuerda.
HOTEL VELA, AÑO UNO / En cuanto al posible giro en el perfil del turista que podría suponer la irrupción del hotel Vela, los vecinos no lo ven del claro. Montaner vestía ayer de con palabras técnicas el sentir de muchos de estos ciudadanos: «El hotel Vela representa el turismo tipo resort de la clase alta norteamericana. Situado en el enclave más importante de la ciudad, la domina sin contaminarse de ella». O, lo que es lo mismo, atrae a un turismo de lujo que no se mezcla con la ciudad, ya que la puede observar desde una posición más que privilegiada, donde encuentra todos los servicios que puede imaginar –e incluso los que no– sin moverse del hotel (o sus inmediaciones, como el sofisticado Mellow Beach Club que abrirá este mes junto al Vela, con playa privada incluida).
También en relación a ese turismo de lujo, Gala Pin, de la Plataforma d'Afectats en Defensa de la Barceloneta, añade que se trata de un negocio que genera a su vez un considerable gasto público. «Cada vez que veo que atraca un crucero en el muelle, me imagino el gasto en seguridad y limpieza que debe suponer», plantea.
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