dijous, 10 de juny del 2010

DECADENCIA DE UNA VISIÓN DE BARCELONA

LA VANGUARDIA, 17/05/2010

(POR ANTONI PUIGVERD)


Escribía Montaigne que la vejez se nota más en el alma que en las arrugas del rostro. Esto es literalmente cierto en el caso del socialismo barcelonés: jubilada casi por completo la generación que cambió la ciudad de arriba abajo, los que han heredado su legado son políticos sin arrugas en el rostro pero de discurso envejecido y decadente. El significado que tiene en catalán el apellido del alcalde Hereu refuerza simbólicamente la fatalidad del proceso: la generación que recibió el legado de los alcaldes Serra, Maragall y Clos encontró, en lo que a ordenación urbanística se refiere, la ciudad completamente acabada (a excepción de la Sagrera). Y recibió una visión de la ciudad mucho más que exprimida: remasticada una y mil veces, ha fatigado los dientes del barcelonés más entusiasta. La visión de la Barcelona abierta al mar y al mundo, lúdica y simpática, solidaria con todas las causas, pacífica y bailonga, envejeció con aquellos que la idearon.

Cobi encarnó el colorido, la alegría, la despreocupada desenvoltura de la Barcelona olímpica. Un Barcelona que, lanzando por la borda el urbanismo gris de los plomizos años de la dictadura, y abriéndose al mar, descubrió, maravillada, que hacer negocios, divertirse y solidarizarse podían ser la misma cosa. Pero Cobi inevitablemente envejeció. Y su sombra se proyecta sobre la ciudad contagiándole sus características: Barcelona ajada y retórica. De los dos adjetivos, retórico es el más descriptivo: una Barcelona con mucha música pero sin letra. Pompa sin jabón. Continente sin contenido. La idea de Barcelona que Jordi Hereu y su equipo propagan es de rizo rizado, de remake cinematográfico.

En efecto, los dos grandes proyectos que el equipo de Hereu ha puesto en consideración de la ciudadanía son remakes de películas barcelonesas ya vistas. ¿Exagero si digo que la propuesta de unos Juegos Olímpicos de invierno revela la existencia de un bucle melancólico? ¿Exageró la ciudad al responder a tal propuesta con perfecta inapetencia? ¿Acaso no es rizar el rizo en esta Barcelona que lleva 30 años cambiando de piel proponer como gran opción estratégica una obra faraónica en la Diagonal? ¿Ha exagerado la ciudadanía abofeteando tal propuesta?

Hereu y Martí han dedicado ímprobos esfuerzos, más que a imaginar una nueva Barcelona, a maquillar la envejecida visión heredada. Observemos, como ejemplo, el discurso publicitario. Hoy en día, la publicidad sirve, más que para vender, propagar o informar, para identificar. Y la identidad barcelonesa que la publicidad institucional destila es de dibujos animados, de cuento de jardín de infancia (Teo en Barcelona). Diríase que se dirigen a niños, más que a ciudadanos adultos. No hace mucho, se cambiaron en Barcelona los contenedores de basura y reciclaje y los anuncios explicativos personalizaban cada tipo de contenedor: mientras los usuarios resultaban ser ancianos a los que se hacía actuar como a niños, cada contenedor era un personaje que lloraba cuando lo olvidaban y reía cuando lo usaban… Ante la imposibilidad de renovar la visión heredada, Hereu y su equipo cayeron en la tentación de infantilizar a los receptores de sus políticas. Eso explica que acabaran tomando en serio sus propias fantasías. ¿Cómo podía aceptar, una ciudad asustada por la crisis económica, que el único motivo digno de ser debatido a fondo, hasta el punto de organizarse un referéndum, era la transformación de su espina dorsal en rambla o bulevar?

Sugerir que esta consulta era una manera de profundizar la democracia y de mejorar la gobernanza es otra muestra de infantilismo y credulidad. Y no sólo porque otras polémicas (AVE por Sagrada Familia) se han zanjado sin escuchar la opinión del respetable, sino por una razón de fondo: porque la crisis de la representación democrática es uno de los grandes males del presente, improvisar una respuesta a este mal es una tremenda frivolidad. Y es también la demostración de que Hereu y Martí no entendieron la lección del Fòrum 2004. Aquel Fòrum (que, en su fracaso, ya permitía detectar el envejecimiento irreversible del modelo olímpico) puso en evidencia la hipocresía del “pensamiento Barcelona”: se trataba de cambiar un trozo de la ciudad, pero la excusa era unir al mundo entero. “Mourem el món”, se dijo en un alarde de generosidad planetaria, aunque, en realidad, la pretensión era totalmente egoísta: culminar la fachada litoral. Si en tiempos de abundancia la hipocresía causa indiferencia, en los malos tiempos fomenta el desprecio.

Que nadie se engañe. Lo relevante del episodio Diagonal no es el fracaso de los socialistas, sino la evidencia de que la irritación civil cristaliza en Barcelona. La irritación ya es más determinante que el recuerdo de Cobi.


Article aportat per VEI