LA VANGUARDIA, 18/05/2010
EL DIRECTOR DE “AMORES PERROS” DESNUDA LA INMIGRACIÓN Y LOS PISOS PATERA (POR SALVADOR LLOPART, CANNES)
“Es la historia de un charnego”, dice Iñárritu. “Un emigrante en su propia tierra”, y esa tierra no es otra que Barcelona. Ahí transcurre Biutiful, del mexicano Alejandro González Iñárritu. En la Barcelona que queda al sur de la plaza Catalunya, entre el Raval y el Poble Sec, la Barcelona de la inmigración ilegal, la corrupción policial y los pisos patera, dice el filme. Una Barcelona que se identifica más con las tres chimeneas del Paralelo que con la Sagrada Familia, que también sale, ensombrecida por las grúas. Un rincón de la ciudad ocupado mayormente por senegaleses, pakistaníes, chinos, rumanos,…
Pero Biutiful no resulta un documental de carácter social. No quiere serlo. Es un viaje espiritual. Una tragedia anunciada. La pormenorizada crónica de un personaje condenado de antemano. Iñárritu toma la realidad de esa Barcelona multicultural, que sobrevive en los márgenes de la sociedad, para situar ahí a su atormentado héroe, por llamarlo de alguna manera. Se llama Uxbal y lo interpreta con su habitual convicción Javier Bardem.
“Un superviviente”, dice Iñárritu. Un tipo que trapichea en pequeños negocios ilegales, a la vez que resulta un devoto padre de sus dos hijos pequeños, y amante de su tormentosa mujer (Maricel Álvarez). Su hermano, un crápula, no es otro que Eduard González, sobresaliente como es habitual. Uxbal (Bardem) trata –explota- a senegaleses y chinos. Pero a la vez siente una profunda compasión por ellos: “La compasión es lo que mueve a este personaje”, puntualiza Bardem. “Es un hombre que vive en medio de la corrupción y la explotación, pero no quiere perder la cordura”.
¿Un héroe? Es más que eso. Es un santo. La vida no hace más que enviarle pruebas, que castigarlo, y él sigue adelante, en la medida de sus fuerzas, que no son muchas. Sufre por los demás y por sí mismo. Y ve muertos. Literalmente. Y habla con ellos. Sabe sus últimos pensamientos y cobra por contárselos a sus familiares. Se puede decir que su travesía vital, llena de sinsabores, es lo más parecido que se ha visto en la pantalla a la pasión de Cristo desde los filmes de Mel Gibson y Martin Scorsese.
La primera impresión es que estamos ante una película oscura, depresiva, triste. Pero a esa idea se opone Iñárritu, para quien la anterior Babel (2006) marcó el final de su colaboración con el guionista Guillermo Arriaga, con el que había hecho todas sus películas anteriores, desde Amores perros. “Por el contrario, es la más esperanzada de mis películas”, dice Iñárritu.
Puede que los sentimientos en juego sean oscuros, pero la imagen de la Barcelona que ofrece Biutiful es vibrante y clara, capaz de extraer hermosura de la degradación urbana. Con una belleza convulsa, sórdida si se quiere, pero evidente. “Como barcelonés agradezco que me enseñen esa Barcelona”, apuntó Eduard Fernández.
Biutiful no se mueve por acontecimientos, sino por personajes. Ahí reside su fuerza. Es una mirada a un mundo secreto, propio de todas las grandes ciudades, donde Barcelona pone el marco. Y también un cierto perfil represor. Especialmente en la violencia de su policía municipal, capaz de montar, en el filme, una persecución tenaz y cruel a unos vendedores callejeros. Con una violencia inusitada en ese tipo de acción. El filme está dedicado al Ayuntamiento de Barcelona y a su alcalde, Jordi Hereu. ¡Alcalde, prepárese, que Biutiful no es Vicky Cristina Barcelona!
Article aportat per VEI
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