dissabte, 24 d’abril del 2010

“SUEÑOS VERTICALES”

CALDODECULTIVO MAGAZINE: Nº 4 (JUNIO DE 2008)

(POR J.P. BANGO) 2ª PARTE

Cuando despertó lo hizo en mis brazos y antes de que tomara conciencia ya se había deshecho de ellos. Como se sabía débil, aceptó tomarse la tila que le había hecho la señora de los gatos y, con más necesidad, el aire reparador que propiciaba las toallas que agitaban los cinco hermanos del segundo B. Ratas no volvimos a ver ninguna.

Después de coger algunas muestras y defecaciones y mientras mi acompañante dirigía velozmente sus pasos hacia la calle, pregunté a una de las vecinas por el tipo de la maleta y después repetí la misma pregunta a los demás. Sólo uno reconoció haberse encontrado con él, la noche antes, saliendo del ascensor a toda prisa. Nadie supo decirme qué es lo que vendía.

Volví a casa a pie tratando de olvidar mi trabajo, recreándome mentalmente en la resolución del misterio que, a buen seguro, ocultaba dentro de la maleta aquel tipo. Cuando llegué a casa me receté una ducha antiséptica y ocho horas seguidas de cama. Soñé entonces con la carta de renuncia que aún no había entregado y con mi hipoteca, con un gordo baboso que decía venir del banco con un precinto en la mano y una hoja de desahucio en la otra, dispuesto a arrebatarme, de mi propia estantería, mi colección de vinilos de Bob Marley. Desperté envuelto en sudores fríos, víctima de una llamada en el móvil justo cuando en el reloj de mi vecina (por cortesía de las placas de pladur que tabicaban ambas viviendas) daban las cuatro de la mañana. Se acababa de derrumbar el edificio de Santa María y mi jefe me pedía cuentas en la oficina del Alcalde.

Salí a trompicones de la cama y más rápido aún del baño, al que volví a acudir, todavía descompuesto, segundos antes de partir hacia la calle, deseando que no hubiera fallecido nadie o, cuanto menos, que pudiera recuperar una copia de mi informe que, efectivamente, me exculpaba de todo aquel embrollo. Entonces fue cuando me encontré con aquel tipo de la maleta saliendo del elevador de mi edificio de apartamentos. Cuando me miró a los ojos pude deducir que la sorpresa era mutua. Trató de escabullirse por el pasillo. Le pregunté qué vendía y me dijo que “nada”.

  • Pero… su maleta… ¿Quiere que le ayude? Voy hacia la calle.
  • Pesa. Pero aún puedo con ella.
  • ¿Vive aquí?
  • Vivo donde quiera parar el ascensor.
  • ¿En este edificio?
  • No exactamente. Vivo en el ascensor. En éste o en cualquiera. Nadie baja en el ascensor de noche. Y yo necesito un sitio para dormir.
  • Pero, ¿si baja alguien… ?
  • Pues salgo y saludo, como he hecho con usted. Hay noches que no me dejan dormir, especialmente en edificios como éste, llenos de gente joven… Yo prefiero los edificios viejos, ¿sabe? Los ancianos duermen como lirones. Y a nadie se le ocurre entrar de noche en un edificio repleto de viejos.
  • Pero, ¡esto es algo insólito!
  • Hombre. Estrecho sí es. Pero al final te acostumbras, incluso a dormir sentado. Además, el ascensor aguanta el calorcito…

El móvil seguía sonando. Tenía que despedirme de él. Y lo hice. Me preguntó si podía volver al ascensor. Y le dije que sí, que no había hecho nada malo. Así que volvió sobre sus pasos, arrastrando, como había hecho la mayor parte de su vida, su maleta y su abrigo negro. Cuando entró en el ascensor le llamó la atención un sobre que había en el suelo y se agachó para recogerlo. Leyó su contenido y se dirigió a mí con voz solemne:

  • Así era yo a su edad, ¿sabe usted lo que le quiero decir? –y cerró la puerta tras de sí, estrujando mi carta de renuncia con su gruesa mano.

Quedaré con él para tomar un café en cuanto salga de la cárcel.

Article aportat per VEI