Miquel Molina - 14/10/2008
No están los tiempos como para renunciar a los euros del turismo de masas, pero sí para reinventar la ciudad
De los motivos por los que creemos que el desplome financiero podría provocar que Barcelona entregue la Rambla a los turistas para reinventarse en otro barrio. De esto hablará esta columna. Argumentaremos que sostener que esta crisis es al capitalismo lo que la caída del Muro fue al comunismo tiene algo de temerario. Pero concederemos que ciertos discursos dogmáticos de los últimos tiempos se nos antojan ahora un fraude. Es la hora de los matices, del posibilismo, de la rectificación.
Por ejemplo, podría haber llegado el momento de revisar aquella afirmación según la cual Barcelona debe limitar el turismo de cantidad para primar el de calidad. Nos puede irritar mucho ver nuestro centro histórico convertido en destino franquicia de bajos vuelos, pero no parece realista enarbolar la pancarta conservacionista ahora que la industria del automóvil envía a miles de trabajadores a casa, ahora que proliferan los locales comerciales vacíos o en días en que el vecindario mira de reojo a los bancos preguntándose cuándo se formará la primera cola de ahorradores angustiados.
La ciudad del conocimiento del 22@ es una magnífica tarjeta de presentación de una metrópoli que apuesta por una nueva cultura económica, pero no deberíamos perder la perspectiva: necesitamos que los euros de ese turista con uniforme futbolero fluyan por las tuberías de la economía local si no queremos escalar posiciones en el ranking del paro.
Cuanto antes se acepte que la Rambla y su entorno ya no forman parte de Barcelona, sino de una urbe transnacional que integran también el París del Sena o el Londres de Picadilly, más pronto nos reubicaremos. No nos lamentemos más. Reinventémonos tomando ejemplo de la descentralización del ocio y la cultura de Berlín o Nueva York. Quien vuelve a la urbe neoyorquina meses después de una anterior visita se sorprende al descubrir que un nuevo barrio ha tomado el relevo de la zona que antes estaba de moda. La vitalidad viaja por Manhattan, pero también por Brooklyn, Queens y Harlem. Restaurantes, espacios culturales, pymes vinculadas a lo creativo aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer con una agilidad que sería inimaginable en un país como el nuestro, donde la rigidez de los trámites administrativos estrangula no pocas iniciativas.
Sants, Guinardó, Sant Andreu… Terreno abonado para ese nuevo dinamismo no escasea, pero mandan la burocracia y la estéril añoranza de una Barcelona que no volverá. Antes de acabar sugeriríamos una fecha para ese renacer barcelonés: 2009, cuando el Guinardó recuperará la rambla que fue arrasada por la autopista que dividió el barrio. Hablamos de la literaria ronda de Guinardó, nos gustaría creer que llamada a ser paisaje de esa nueva Barcelona con sabor a Brooklyn.
Aportat per VEI
No están los tiempos como para renunciar a los euros del turismo de masas, pero sí para reinventar la ciudad
De los motivos por los que creemos que el desplome financiero podría provocar que Barcelona entregue la Rambla a los turistas para reinventarse en otro barrio. De esto hablará esta columna. Argumentaremos que sostener que esta crisis es al capitalismo lo que la caída del Muro fue al comunismo tiene algo de temerario. Pero concederemos que ciertos discursos dogmáticos de los últimos tiempos se nos antojan ahora un fraude. Es la hora de los matices, del posibilismo, de la rectificación.
Por ejemplo, podría haber llegado el momento de revisar aquella afirmación según la cual Barcelona debe limitar el turismo de cantidad para primar el de calidad. Nos puede irritar mucho ver nuestro centro histórico convertido en destino franquicia de bajos vuelos, pero no parece realista enarbolar la pancarta conservacionista ahora que la industria del automóvil envía a miles de trabajadores a casa, ahora que proliferan los locales comerciales vacíos o en días en que el vecindario mira de reojo a los bancos preguntándose cuándo se formará la primera cola de ahorradores angustiados.
La ciudad del conocimiento del 22@ es una magnífica tarjeta de presentación de una metrópoli que apuesta por una nueva cultura económica, pero no deberíamos perder la perspectiva: necesitamos que los euros de ese turista con uniforme futbolero fluyan por las tuberías de la economía local si no queremos escalar posiciones en el ranking del paro.
Cuanto antes se acepte que la Rambla y su entorno ya no forman parte de Barcelona, sino de una urbe transnacional que integran también el París del Sena o el Londres de Picadilly, más pronto nos reubicaremos. No nos lamentemos más. Reinventémonos tomando ejemplo de la descentralización del ocio y la cultura de Berlín o Nueva York. Quien vuelve a la urbe neoyorquina meses después de una anterior visita se sorprende al descubrir que un nuevo barrio ha tomado el relevo de la zona que antes estaba de moda. La vitalidad viaja por Manhattan, pero también por Brooklyn, Queens y Harlem. Restaurantes, espacios culturales, pymes vinculadas a lo creativo aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer con una agilidad que sería inimaginable en un país como el nuestro, donde la rigidez de los trámites administrativos estrangula no pocas iniciativas.
Sants, Guinardó, Sant Andreu… Terreno abonado para ese nuevo dinamismo no escasea, pero mandan la burocracia y la estéril añoranza de una Barcelona que no volverá. Antes de acabar sugeriríamos una fecha para ese renacer barcelonés: 2009, cuando el Guinardó recuperará la rambla que fue arrasada por la autopista que dividió el barrio. Hablamos de la literaria ronda de Guinardó, nos gustaría creer que llamada a ser paisaje de esa nueva Barcelona con sabor a Brooklyn.
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