LA VANGUARDIA, 06/05/2010
(POR JOAQUIM ROGLAN)
El último encanto que le queda a la Diagonal tras años de dejadez, suciedad, oscuridad y acumulación de trastos, bicicletas y motos en las aceras es que tiene muchas diagonales. La avenida que en su día soñó Ildefons Cerdà es la puerta y el escaparate de la ciudad y unió clases sociales y villas como Les Corts, Sarriá, Gràcia, Clot y Poblenou. Por eso hay ahora la Diagonal del poder económico, la burguesía, la comercial, la menestral y la obrera.
Son once kilómetros de mar a montaña a través de monumentos, edificios modernistas y vanguardistas, comercios, bancos, hoteles, oficinas y de cada vez menos vecinos. Hay tramos con cinco veces más tráfico que la autopista más transitada de Catalunya. Con medio millón de vehículos cada día, es el mayor aparcamiento de motos de Europa, el mayor trastero y un gran negocio ciclista. Hostil al peatón, le sumarán el tranvía, que es el transporte más odiado de la memoria histórica de la ciudad. Porque el tranvía se hará por la ley del embudo, ya que la Diagonal sólo será buena si otro negocio municipal suena. Siempre destripada por obras mal planificadas, una cosa son las imágenes de la propaganda y las performances de los adictos al régimen de Jordi Hereu, y otra la verdad. Prohibido hablar de metro, sin autobuses fiables ni dignos trenes de cercanías y sin cuarto cinturón, la fantasía virtual trata la Diagonal como una unidad de destino en el tranvía. Por eso las imágenes son de tramos rectos y no de plazas y monumentos circulares como el de Verdaguer, el Llapis o Francesc Macià.
La consulta populista oculta una ciudad en crisis que dice ser área metropolitana pero cuyo alcalde consulta a los censados menores de edad e ignora a los municipios vecinos que sufrirán unas obras sin plazo de acabar. Habituado a que las promesas, municipales o no, se cumplan o sean una infinita colección de chapuzas, el paseante se pregunta qué será de la Casa de les Punxes, de la Casa Asia, del burdel modernista de Pujol, de los árboles centenarios, del Eixample y de las terrazas de Joan de Segarra cuando tapen su visión los tranvías y corten la yugular de los Paseos de Gràcia y de Sant Joan y de calles como las de Balmes o Muntaner.
Esfumado el sentido común entre sueños de nieve olímpica, solamente cabe desear que el actual alcalde de Barcelona no ponga sus manos sobre esas diagonales a las que hay que mimar palmo a palmo de modo distinto. Como a aquellas damas que aún saben seducir mirando en diagonal.
Article aportat per VEI
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