Es bueno que personas e instituciones ligadas a la Rambla decidan reunirse a ver si se puede hacer algo para devolverle la dignidad que perdió hace años, y que constaten que es un eje a cuyo alrededor se agrupa gran cantidad de entidades culturales. Todo eso está muy bien, y está muy bien que intenten salvar lo que se pueda, aunque haya quien no vea mal la situación y diga que lo que hay es "un pesimismo alarmista". Jordi Hereu va por ahí explicando que lo que pasa es que Barcelona está siendo sometida a una campaña de desprestigio y que se "lanzan bombas de desilusión masiva contra la ciudad". Una conjura judeomasónica, vaya. Queda claro que el alcalde es partidario claro de esconder la cabeza bajo el ala; no vayamos a deprimirnos. Pero aquéllos a los que la situación de la Rambla les da asco hacen bien en decir las cosas por su nombre porque es a base de describirla sin tapujos que los que aún tienen esperanza pueden plantearse hacer algo.
Resulta grotesco, por cierto, que ahora mucha gente reconozca la degradación y, en cambio, quince años atrás, se tomasen en broma las advertencias de los cronistas que avisaban ya del peligro y levantaban las primeras actas del deterioro que nos ha llevado al desastre actual. ¿Qúe se ha hecho de aquellos "bueno, no hay para tanto..."? ¿Qué se ha hecho de la defensa de los ladrones a base de frases tipo "pobrecitos, si muchos son niños..."? ¿Se acuerdan de cuando estaba mal visto incluso desproticar de las repugnantes estatuas humanas, estandartes de la fantochada en la que poco a poco iban convirtiendo la Rambla? Recuerdo las justificaciones de muchas almas de cántaro, que decían que -pobrecitos, también- eran inmigrantes sin otro medio de subsistencia, y además ¡una forma de arte! Tan forma de arte como las cagarrutas de los perros que adornan la ciudad, y que deben ser un sutil homenaje a Piero Manzoni y su Merda d'artista..
Mientras tanto, los que nos han llevado a ese trance campan a sus anchas, felices y con el bastón de mando en la mano. Sin ningún escrúpulo, el Ayuntamiento de Barcelona, al alimón con los entes y los promotores turísticos, pugnó -desde la época de Maragall- por dar al mundo la imagen de una Rambla chabacana y de borrachera, aunque fuese a costa de echar de sus casas a los vecinos para abrir más y más hoteles. Y más hoteles aún, porque por muchos que abren nunca les parecen suficientes. El domingo, Jaume Doncos, de Casa Beethoven, explicaba en este diario: "la gente del barrio de siempre nos hemos tenido que marchar o nos han expulsado poco a poco". ¿Practica el "pesimismo alarmante", Doncos? ¿Es Doncos uno de los que se dedican a lanzar "bombas de desilusión masiva"? ¿También lo es Oriol Bohigas, que define la Rambla como "invivible"? Menudo cinismo, el de Hereu, el hombre de la perpetua sonrisa congelada.
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