LA VANGUARDIA, 04/11/2009
Que la sección de Cartas de los Lectores es de las más seguidas de este diario es sabido. Un servidor, por ejemplo, antes de ponerse a leer el resto de páginas, lee todas las cartas del día. Las hay muy buenas, las hay buenas y las hay que no han leído con atención aquello de lo que hablan y, por tanto, no opinan sobre lo realmente dicho o escrito por otros, sino sobre lo que ellos interpretan que esos otros decían o escribían. Eso también pasa con las columnas de los articulistas. Las hay muy buenas, las hay buenas y las hay que escriben sobre algo sin haberlo entendido bien, o sin haber cuestionado la versión que los medios dan del asunto, a veces parcial o deformada. En un e-mail, Salvador Alemany me dio un día un tirón de orejas por haber dado por bueno lo que los diarios dijeron sobre su propuesta de pago de autopistas en función de la mayor o menor afluencia de vehículos en un momento dado.
El caso es que a veces hay cartas excepcionales. El lunes, en la página 20 de este diario, apareció una que merecía ser recordada y enmarcada. La firman Teresa Gri y Carles Lladó, de Barcelona, y me ha hecho entender cosas que no había acabado de captar. No reproduciré la carta - pueden encontrarla en el diario de ese día, o en la Hemeroteca de La Vanguardia- pero explicaré el argumento. Lleva por título "El vot de conformitat" y dice que, en las elecciones, el aumento de votos en blanco no sirve de nada. Que por muchos que pueda haber, a los partido políticos los votos en blanco les traen sin cuidado: no les hacen daño, porque igualmente se reparten los escaños. Pueden beneficiar incluso a los partidos grandes, que son los que hacen que tengamos tan pocas ganas de ir a votar.
Detallan que pueden ser tan perversos que hagan que, precisamente por su culpa, partidos minoritarios -aún sin poder, aún sin corromper, a los que algunos podrían votar como forma de protesta- no consigan llegar al 3 por ciento, el mínimo que se requiere para tener representación parlamentaria. La carta acaba con unas palabras que me han hecho comprender la obsesión contra los abstencionistas. Recuerdo que, a finales de los ochenta, sin vergüenza ninguna, Pasqual Maragall -en la cresta del suflé de su séquito mediático- se permitía decir memeces como que "la abstención es antidemocrática". ¿Y la cantinela mil y unas veces repetida, por todos los partidos y sus correas de transmisión, de que "si no te gusta ningún partido, vota en blanco pero no te abstengas"? Ahora lo entiendo. La carta acaba con estas palabras: "Als polítics els molesta l'abstenció -per això els governs es gasten diners públics per combatre-la-, però mai no haureu sentit que cap polític es queixi del vot en blanc. El blanc és un vot que als polítics ja els va bé, perquè sembla de protesta però de fet és de conformitat". Me quito el sombrero ante Gri y Lladó y les doy las gracias.
Article aportat per VEI
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