dissabte, 29 d’agost del 2009

CORPUS (POR JULIÀ GUILLAMON)

LA VANGUARDIA, 28/05/2009

Desde la terraza de mi casa veo la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que corona la montaña. Vivo en un bloque de pisos en la calle Turó del Campament. El campamento al que alude el nombre lo montaron las tropas franquistas. Cuando éramos pequeños, los chicos, en lugar de Turó del Campament, le llamábamos els horts, a pesar de que no había allí ningún huerto: solamente dos explanadas escalonadas, que terminaban en un bosquecillo de castaños. A media altura, donde arrancan las ramas principales, los troncos tenían una especie de repisa: nos montábamos en ellas como en naves espaciales. Ahora pienso que la imagen del Sagrado Corazón debía estar conectada con el campamento. La iglesia y la ermita fueron destruidas durante la guerra y las reconstruyeron en un estilo impreciso, vagamente colonial: el mismo de la figura. Cada año, alguien -¿por orden del párroco?- se encarga de recortar los alcornoques para que asome la cabeza. A mí, sinceramente, no me impresiona que un Cristo de piedra artificial vele por los pecados de mis vecinos, pero me gusta la discreción con la que podan los alcornoques: dos o tres tallos, lo justo para que la estatua se vea desde las primeras casas del pueblo.
Hace unos meses, en la colina detrás del Sagrado Corazón han empezado a construir una gran casa. La están edificando, encaramada en un lugar imposible, con una finalidad no muy distinta de la que en los años cuarenta situaron allí la imagen de Cristo: que se vea desde todas partes. Para poder construirla, han vaciado media montaña. Por casualidad, el recorte de las ramas de los alcornoques tiene la misma forma del boquete inmenso que han abierto en la ladera para encajar el edificio. Estoy obsesiònado: si salgo de excursión, lo veo desde el sendero, y cuando entro en coche por el paseo, es lo primero que me salta a la vista, destrozando el skyline. Pienso que dentro de unos días será Corpus, los vecinos celebrarán la fiesta de la primavera con alfombras de flores. Cuando era chico, la procesión de Corpus era algo impresionante: el silencio reverencial, la figura del Santísimo que recorría las calles rodeada de una atmósfera de misterio. Los terratenientes y los prohombres del pueblo la flanqueaban en representación de los poderes fácticos. Por eso, a las primeras de cambio, dejó de celebrarse. En su lugar, se organiza un pasacalle con gigantes y cabezudos.
Javier Marías sostiene que al desaparecer el código ético implícito en las restricciones y amenazas de la doctrina católica, España se ha convertìdo en un país sin fundamento moral, donde campea la mentalidad del oportunista y del nuevo rico. Queda claro, en cualquier caso, que no hemos sabido preservar los gestos sencillos que se entremezclaban con las prácticas religiosas, apropiarnos del ritual, y que algunos, gracias al pelotazo, se sienten como Dios.

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