diumenge, 7 de juny del 2009

Iconos de vergüenza

Desde la generosa terraza del Museo de Historia de Cataluña, un amigo señaló el promontorio de Montjuïc y me dijo: "Porcioles no se habría atrevido y al final se atrevieron los nuestros". Se refería al hotel Miramar, pintado de verde para hacer más clara su vergüenza. El alcalde huyó de inaugurarlo, aunque el Ayuntamiento tiene participación en el negocio, el 10% o así. No sé qué piensa mi amigo del hotel Vela, que sombrea la playa más popular de Barcelona. En todo caso, el Ayuntamiento lo considera un icono de la ciudad, justo ahora que el urbanismo icónico está desprestigiado en todas partes por las fracturas que produce en el espacio urbano, por la soledad de esos monstruos de postal, porque los buenos arquitectos prefieren hacer ciudad en lugar de hacer edificios con firma y estrambote.

Barcelona tiene cuentas siempre pendientes con el turismo, pero no tanto porque le molesten -que también- esos rebaños de gentes que van detrás de un guía con un paraguas a guisa de estandarte. No, Barcelona tiene la intuición de que con la excusa del turismo se cuelan demasiadas cosas, por ejemplo, una sutil prolongación del negocio inmobiliario a través de la construcción de hoteles, en cualquier parte. Si es un hotel, todo vale. El de Ricardo Bofill se tramitó como "equipamiento" del puerto para burlar la Ley de Costas. ¿Para que descansen los estibadores? Es una aberración, pero también lo es el que le crece al Palau de la Música o el cilindro de lujo en El Raval. Barcelona usa la cobertura del "turismo cultural", pero lo que pretende es explotar turistas ricos como si la ciudad fuera la ribera de Cancún.

Nadie renuncia hoy a la industria del turismo. Pero en Barcelona el turismo no es la lluvia fina que beneficia al pequeño comerciante, sino un instrumento de gentrificación. La palabra describe la expulsión de los vecinos de toda la vida barridos por nuevos vecinos ricos después de una intervención urbanística. Si es Nueva York, el detonante es privado. Si es la Ribera, el Born, la Barceloneta y hasta El Raval con su prepotente hotel de lujo, el brazo ejecutor es municipal y "progresista". ¿Estamos hablando de la ciudad que fue modelo de urbanismo sensible y a la menuda?

PATRICIA GABANCHO

Article publicat al diari El País